Dile Al Amor - Aventura

Author: Grupo Nº 5 /

Cupido No Te De Entiendo Al dejar Ejemplo
De Juntar Corazones Un Experto En Coneccion
Te Fallaron Las Flechas
Y De Tantas Violetas
Que Porque Regalar Y En Mi Jardin Ni una Flor

Pues Dile Al Amor Que No Toque Mi Puerta
Que Yo No Estoy En Casa
Que No Vuelva Mañana
Ah Mi Corazon Ya Le Han Fallado En Ocaciones
Me Fui De Vacaciones
Lejos De Los Amores
Ay Dile A Al Amor Que No Es Grato En Mi Vida
Le Hare Mi Despedida Cuentale Las Razones

Cupido No Entiendo Si La Suerte Me Odia
Y Me Ah Dado De Herencia La Fortuna Del Desamor
Y Te Pido Disculpa Pero No Haciertas Una
Mis Errores Son Largos Aunque No Se Tu intencion

Pues Dile Al Amor Que No Toque Mi Puerta
Que Yo No Estoy En Casa
Que No Vuelva Manana
Ah Mi Corazon Ya Le Han Fallado En Ocaciones
Me Fui De Vacaciones
Lejos De Los Amores
Ay Dile A Al Amor Que No Es Grato En Mi Vida
Le Hare Mi Despedida Cuentale Las Razones

No Quiero Fecha En Mi Calendario
Ni Citas En Mi Horario Si Se Trata De Amor
No Me interesa Oir Mas Canciones
No Quiero Ver Flores
Si Se Trata De Amor
Tengo a Dieta Los Sentimientos
Evitando Momentos De Desilucion
Cupido..

Dile Al Amor Que No Toque Mi Puerta
Que Yo No Estoy En Casa Que No Vuelva Mañana
Ah Mi Corazon Ya Le Han Fallado En Ocaciones
Me Fui De Vacaciones Lejos De Los Amores
Dile A Al Amor Que No Es Grato En Mi Vida
Le Hare Mi Despedida Cuentale Las Razones

Tocando Fondo - Ricardo Arjona

Author: Grupo Nº 5 /

Pegue tu foto en el ropero
para sentir que estas aquí
yo me instale en el mes de enero
afuera creo que es abril

me importa un bledo el noticiero
total jamas hablan de mi
hice un país de este agujero
desde que tu no estas aquí

este es el himno nacional
y por bandera tengo tu tanga café
confieso que la paso mal
y no se como puedo mantenerme en pie

y sigo aquí tocando fondo
descubriendo todo lo que nos falto
hechandome la culpa en todo
derritiendo el poco aire que me quedo
y sigo aquí tocando fondo
desde mi país que este quinto piso
desde tu exilio voluntario
la nostalgia sigue de primer ministro...

todo esta intacto en mi país
tal cual como lo abandonaste
las flores de papel tapiz
la copia del Dali que olvidaste

de mas esta decir te extraño
y el resto de cursilerías
no insistas en lo que hace daño
es otra frase de tu autoría

y aunque he pagado los impuestos
de esta bancarrota que es vivir sin ti
ya no me queda presupuesto
para otro invierno sin que estés aquí

y sigo aquí tocando fondo
descubriendo todo lo que nos falto
hechandome la culpa en todo
derritiendo el poco aire que me quedo
y sigo aquí tocando fondo
desde mi país que este quinto piso
desde tu exilio voluntario
la nostalgia sigue de primer ministro...

y sigo aquí tocando fondo
descubriendo todo lo que nos falto
hechandome la culpa en todo
derritiendo el poco aire que me quedo
y sigo aquí tocando fondo
desde mi país que este quinto piso
desde tu exilio voluntario
la nostalgia sigue de primer ministro

Ricardo Arjona
Fuente: musica.com

Esta canción habla sobre un hombre que es abandonado por una mujer, y este cuenta como se siente.
No se eligió por alguna razón en especial, simplemente me agrada la letra y la melodía.

Micaela Angelozzi

Poesía - Definición

Author: Grupo Nº 5 /

La poesía es una forma de expresar sentimiento o reflexiones.
El poeta es libre de crear sus propias leyes y plasmar sus intensas emociones en solo pocas estrofas, versos o frases

Mi Lista Negra - El Cuarteto De Nos

Author: Grupo Nº 5 /

Se que morís por descubrir qué lugar ocupas en mi cabeza
y que no te deja dormir en paz saber si estás en mi lista negra

En mi lista hay traidores,
hay deudores, acreedores y rencores que una vez fueron amores
hay fingidos salvadores vestidos de predicadores
hay santos y pecadores, peores que los roedores
mi lista no se cuece en dos hervores y si fuese vista,
provocaría al mas provocador de los provocadores
Hay difamadores y desagradecidos
a los que hice favores y ahora se hacen los desentendidos
puse legisladores de varios partidos
y es sabido que algunos se lucen por tener menos luces que apellidos
Hay vencedores vencidos y empedernidos dictadores
perdón que insista, pero mi lista
es para esos forajidos el más temido de los tumores
Está el veleta que con traje de etiqueta me tiró en la cuneta
era una vendetta!!, por no decirle que tenia abierta la bragueta
están los proxenetas de la a hasta la zeta
está Romeo, está Julieta, el macho alfa y el beta
y ya se pone inquieta la gente cuyo nombre rima con “eta”
que lo parió Mendieta!!!, si escarbo
veo que mi lista tiene mas garbo que Greta

Se que morís por descubrir qué lugar ocupas en mi cabeza
y que no te deja dormir en paz saber si estás en mi lista negra

En mi lista está esa, la que no volvió diciendo “voy al baño y ya vuelvo”
y está ese que se fue con lo prestado diciendo “ya te lo devuelvo”
A nadie absuelvo, ni soy complaciente, en mi lista hay incluso algún pariente
y la maestra demente que me dio aguardiente en el kinder
mi lista es mi confidente y es valiente como la de la Schindler
Hay gente del jet set, un cuadro de Monet
una marca de champaña y cabernet, está Ortega está Gasset
no es por meter cizaña pero en mi lista no hay reset, te lo digo tête a tête
y si saco la guadaña a los de peor calaña hasta le pongo la foto carnet
y ni la más extraña de las alimañas
se va a dar maña para colgar mi lista en la intenet
También está Lisett, esa amiga de mi madre que quería que yo hiciera ballet
y al enterarse de que estaba , dijo que si la borraba me pagaba el cachet
cuando la leo se retuercen mis entrañas , se remueven telarañas,
el aire se espesa y empaña y se corta con Gillete
así es la cosa mi lista es más peligrosa que una piraña en el bidet

Se que morís por descubrir qué lugar ocupas en mi cabeza
y que no te deja dormir en paz saber si estás en mi lista negra

Paso revista y veo al patrón clasista que me echó porque le surgió en su terapia conductista
y por oportunista están él y su analista
en mi lista hay gente que se pasó de lista
Además están esos que no estuvieron cuando yo esperaba que estuvieran ahí
y los que de mi se rieron cuando caí, esos también están aquí
mi lista es amarga y es mas larga que el numero pi
Mi lista es mi tratamiento en épocas de abatimiento
es mi escondite y mi aliento frente al padecimiento
Es mi primer y único mandamiento, es un documento
y en ella están los nombres causantes de mi sufrimiento
no miento, mi lista es mi instrumento y no sabe de miramientos así que lo siento,
que la muestre o que la preste
va a ser más difícil que verle la sombra al viento

Se que morís por descubrir qué lugar ocupas en mi cabeza
y que no te deja dormir en paz saber si estás en mi lista negra

A la Espera de la Oscuridad

Author: Grupo Nº 5 /


Ese instante que no se olvida,
Tan vacío devuelto por las sombras,
Tan vacío rechazado por los relojes,
Ese pobre instante adoptado por mi ternura,
Desnudo desnudo de sangre de alas,
Sin ojos para recordar angustias de antaño,
Sin labios para recoger el zumo de las violencias
perdidas en el canto de los helados campanarios.

Ampáralo niña ciega de alma,
Ponle tus cabellos escarchados por el fuego;
Abrázalo pequeña estatua de terror.
Señálale el mundo convulsionado a tus pies,
A tus pies donde mueren las golondrinas
Tiritantes de pavor frente al futuro.
Dile que los suspiros del mar
Humedecen las únicas palabras
Por las que vale vivir.

Pero ese instante sudoroso de nada,
Acurrucado en la cueva del destino
Sin manos para decir nunca,
Sin manos para regalar mariposas
A los niños muertos.

Alejandra Pizarnik

Poema A Un Raro Amor

Author: Grupo Nº 5 /

Pasajeros fuimos aquella vez
Mientras la luna nos abrazaba

De este amor que se declaraba

Rendido ante nuestros pies


Un Beso Navego en esta historia

De la cual Fuimos naufragos

Entre amor y pasion

Mojamos la memoria


Siendo dos sombras en la sombra

Y una al iluminar

Una mirada basto para reflejar

Esto que logramos solo soñar

Propuestos a todo

A ganar nada ni perderlo

No quisimos querer y amamos de todos modos

Amor al que no le encontramos explicación

Ni buscamos entenderlo

En el que una sola piedra se puso en el camino

Y supimos saltarla y seguir


Sin entender muy bien como todo empezo

Ni como terminaria

Solo sabiamos que uno al otro

Siempre nos querriamos

Y tan solo supimos querernos

Cada uno a si mismo


El valor fue opción que no aprovechamos

Ni valorar al otro ni a uno mismo

El valor fue una opción mas que no nos sirvio

Solo decirse cara a cara

Ni amor pobre ni elegante
Ni el cielo ni el infierno en él

Solo un poco de un "te quiero" y un beso para terminar

Que amor raro, muy raro pero al fin mas raro este adios



Breve Descripción De Mi Persona - El Cuarteto De Nos

Author: Grupo Nº 5 / Etiquetas:

Mido un metro ochenta y uno, tengo un sillón azul
En mi cuarto hay un baúl y me gusta el almendrado,
Me despierto alunado, mi madre es medio terca
Aunque nunca estuve preso, anduve cerca

Soy de Aries, pelo castaño, algo tacaño y no colecciono nada,
Guardo la ropa ordenada, me aburro en noche buena,
Si estornudo no hago ruido y no hablo con la boca llena

Puedo decir que soy de pocos amigos
Pero de mis enemigos, no sé cuantos cosecho
Tengo el ojo, derecho, desviado
Dicen que soy bueno, aunque no sea bautizado

Nací a las tres de la mañana
Me llevo bien con mi hermana
No creo en ovnis ni en zombis
Y uso prendas talle “M”
Juego con fuego, aunque el fuego me queme

Pero no soy tan complicado como para huir
Ni quedarme aquí en silencio
Pero no soy tan simple como para no advertir
Que no hay tres minutos, ni hay cien palabras que me puedan definir

Duermo boca abajo y con pijama si hace frío
De la vida yo me río, porque es corta y grata
No uso saco ni corbata, ni me gusta el protocolo
Estoy en buena compañía, pero sé cuidarme solo

Si tengo vergüenza me sube el color rojo
Aunque yo ya no me mojo si me ataca algún miedo
No profeso ningún credo, ni me creo ningún macho
Alcohólico no soy pero a veces me emborracho

Tengo un diente postizo, si no hay planes improviso
Y aunque a veces lucho, “ha”,
No me complico mucho, no me estanco,
El que quiera celeste, que mezcle azul y blanco

La filantropía no está entre mis aficiones
Tengo varias adicciones, y me hago cargo
No acepto sin embargo, si intentara adoctrinarme
Yo quiero elegir con qué veneno envenenarme

Pero no soy tan complicado como para huir
Ni quedarme aquí en silencio
Pero no soy tan simple como para no advertir
Que no hay tres minutos, ni hay cien palabras que me puedan definir

Mi padre era doctor, pero manejaba un taxi
Enfrentó por mala praxis un juicio despiadado
No tuve legado ni familia de linaje
Y a veces el pasado me cobra peaje

Tengo perro y una marca en la rodilla
No siento cosquillas, trabajé en el municipio
Y no traiciono a mis principios, porque eso es lo primero
Si naciste incendiario, no te mueras bombero

Nunca cuentes todo, mi abuelo me decía
Y no contó en su agonía donde puso el testamento
Y yo no puedo aunque intento tener todo lo que quiero
¡Eso me pasa por ser sincero!

Pero no soy tan complicado como para huir
Ni quedarme aquí en silencio
Pero no soy tan simple como para no advertir
Que no hay tres minutos, ni hay cien palabras que me puedan definir.

La canción me gusta por que es un poco cómica, cuenta sobre una persona que va contando poco a poco una mini descripción sobre él en un lenguaje básicamente rimado, también cuenta cosas sobre su vida personal mas metido en lo que era su entorno y que piensa sobre el mismo. En fin es algo rara la canción pero me gusto el modo en que elije las palabras y como las fusiona para que rimen, también lo que explican esa rima lo que le da una buena forma a la canción y auditivamente una linda estructura.

Diego Rois

Ficción - Definición

Author: Grupo Nº 5 /

La palabra ficción proviene Del latín fictĭo, la ficción es la acción y efecto de fingir (dar existencia a algo que no lo tiene en el mundo real). La ficción es una obra literaria o cinematográfica que nos cuenta sucesos ficticios o irreales. A través de la literatura o el cine buscamos darle vida a algo fantástico, a cosas que solo las podemos imaginar o soñar.

Literatura - Definición

Author: Grupo Nº 5 /

La literatura es el arte que se transmite mediante la palabra, lo escrito. La palabra "Literatura" proviene del latín litteratura, que deriva de la palabra littera y que significa letra del alfabeto.
En conclusión, la literatura es la forma en que las personas expresan sus ideas, sus deseos, sentimientos, etc. Mediante la literatura, el ser humano busca expresarse.

Crecer y los Cambios (Acróstico)

Author: Grupo Nº 5 /

La niñez es en mi vida
Algo añorado de lo que no quiero desprenderme

Siento el calor de sus recuerdos...
Añoro su perfume...
Los momentos pasados, junto
A mis seres queridos...

Dudo que otra etapa tenga
El encanto de su sencillez

Porque la vida nos lleva a
Otros mundos complejos
El dolor de la separación
Siempre acecha como un fantasma
Inquietante, que me llevará, aunque no quiera
A soltar la mano de la seguridad que hasta ahora tuve.

Micaela Angelozzi

Carta a un Amigo

Author: Grupo Nº 5 /

No puedo darte soluciones para todos los problemas de la vida, ni
tengo respuestas para tus dudas o temores, pero puedo escucharte y
buscarlas junto a ti.
No puedo cambiar tu pasado ni tu futuro.
Pero cuando me necesites, estaré allí.
No puedo evitar que tropieces.
Solamente puedo ofrecerte mi mano para que te sujetes y no caigas.
Tus alegrías, tu triunfo y tus éxitos no son míos.
Pero disfruto sinceramente cuando te veo feliz.
No juzgo las decisiones que tomas en la vida.
Me limito a apoyarte, a estimularte y a ayudarte si me lo pides.
No puedo impedir que te alejes de mí.
Pero si puedo desearte lo mejor y esperar a que vuelvas.
No puedo trazarte límites dentro de los cuales debas actuar, pero sí
te ofrezco el espacio necesario para crecer.
No puedo evitar tus sufrimientos cuando alguna pena te parte el
corazón, pero puedo llorar contigo y recoger los pedazos para
armarlo de nuevo.
No puedo decirte quién eres ni quién deberías ser.
Solamente puedo quererte como eres y ser tu amigo.
En estos días ore por ti...
En estos días me puse a recordar a mis amistades más preciosas.
Soy una persona feliz: tengo más amigos de lo que imaginaba.
Eso es lo que ellos me dicen, me lo demuestran.
Es lo que siento por todos ellos.
Veo el brillo en sus ojos, la sonrisa espontánea
y la alegría que sienten al verme.
Y yo también siento paz y alegría cuando los veo
y cuando hablamos, sea en la alegría o sea en la serenidad, en estos
días pensé en mis amigos y amigas
y, entre ellos, apareciste tú.
No estabas arriba, ni abajo ni en medio.
No encabezabas ni concluías la lista.
No eras el número uno ni el número final.
Lo que sé es que te destacabas por alguna cualidad
que transmitías y con la cual desde hace tiempo
se ennoblece mi vida.
Y tampoco tengo la pretensión de ser el primero,
el segundo o el tercero de tu lista.
Basta que me quieras como amigo.
Entonces entendí que realmente somos amigos.
Hice lo que todo amigo: Ore...
y le agradecí a Dios que me haya dado la oportunidad
de tener un amigo como tú.
Era una oración de gratitud: Tú has dado valor a mi vida...


Jorge Luis Borges

En esta poesía Borges hace un análisis profundo de la amistad con palabras sencillas y de fácil interpretación.
No posee estructura poética. En este poema expresa un gran agradecimiento a su amigo, ya que él le dio valor a su vida, y a Dios por darle un amigo como él.

Personalmente lo elegí ya que me gusta el mensaje que transmite, y su mensaje es claro.

Micaela Angelozzi

Se Hace Tarde - Gastón Pedro Carteau

Author: Grupo Nº 5 /

- ¡Julia! ¡Dónde la pusiste?
- ¡Yo no la toqué!
- Entonces, ¿quién fue el gracioso? No está por ningún lado.
- ¿Dónde la habías dejado vos?
- En un estuche nuevo, arriba de este mueble.
- ¿Cuál?
- Este de acá.
- ¿No te fijaste si se cayó al suelo?
- ¡¿Estás loca?! ¿Cómo se va a caer? Salvo que la hayan sacado del estuche; si no...
- ¡Qué bronca, che! Se te va a hacer tarde.
- Y no puedo salir si no la encuentro.
- Hagamos una cosa: vos busca en la habitación de Jorge mientras yo busco en el baño.
- Bueno. Apúrate.
Entré en la habitación de Jorge y en seguida tropecé con sus juguetes.
Los levanté tratando de hacer el menor ruido posible, pero no pude evitar que se despertara
- ¿...Qué pasa papá?
- Nada, nada. Estoy buscando una cosa; dormite de nuevo.
- Bueh...
Se quedó dormido en seguida y yo pude seguir buscando entre los montones de cristales de todos colores desparramados sobre su escritorio, aunque sin éxito. Salí en silencio y me crucé con Julia que venía del baño.
- Ahí tampoco está.
- ¿Se habrá escapado?
- ¿Qué? ¿Sos loco?
- No, pero ha habido casos en que se mueven con estuche y todo.
- Pavadas de la gente.
- No sé. Sigamos buscando.
Registramos sin éxito nuestra habitación, el jardín, la cocina, las salas de servicio y hasta la bodega y el sótano. Nos faltaba solamente levantar el piso. Pero antes de llegar a tanto me acordé de una vieja reliquia que tengo en el living y en la que nunca se me hubiera ocurrido pensar. Corrí hasta esa antigua biblioteca, con libros y todo, que había pertenecido a mi bisabuelo y busqué minuciosamente. La encontré escondida entre las páginas de uno de los libros más grandes, como con miedo. La saqué de allí, cerré ese libro extraño en cuya tapa se leía "Biblia de Jerusalén", abrí el estuche esponjoso donde la había puesto la noche anterior y fui colocándomela en el camino.
Después de todo, me daba no se qué salir a la calle sin mi alma


Este cuento fue publicado en Veinte Jóvenes Cuentistas Argentinos, editorial Colihue, en el año 1986.


El cuento nos narra la historia de un hombre que busca algo que perdió, y no lo encuentra. No sabemos que es lo que busca hasta la última oración. Resulta ser su alma. Nos pareció un cuento, corto, un tanto extraño, ya que lo que un menos pensaría es que él este buscando su alma como si fuera un objeto que uno se coloca y se quita.

Es un cuento de fácil lectura, y entendimiento.



"Un pacto para toda la vida"

Author: Grupo Nº 5 /

“Hice un pacto con el diablo,el se queda con mi alma y yo con su camiseta…”

Me acuerdo cuando me la dio. Estaba frente a mi
ofreciéndomela con el brazo extendido. Lo mire a los ojos
y por un segundo vi en un mínimo reflejo, un pasado lleno de gloria.
Era grande, muy grande. En ese momento sentí un magnetismo
y la agarre. Lentamente su mano se abrió como dándome permiso
para llevármela. Nunca voy a olvidar ese primer movimiento
donde mi mano derecha atravesó el interior de la camiseta hasta
llegar a la abertura de la manga. Fue como si una corriente sanguínea
a trescientos grados centígrados pasase desde las uñas de mis dedos
hasta la redondez de mis hombros haciéndome sentir cada uno de los
pelos del brazo como alfileres hirviendo. Recuerdo que en ese instante
al diablo se le dibujo una sonrisa, sabia que ya no había vuelta atrás.
Yo me había dado cuenta que tampoco. Entonces en un segundo movimiento
introduje mi mano izquierda y luego mi cabeza. Fue una sensación única,
inolvidable. Sentí el infierno mismo .Mi corazón latía tan fuerte que me asustaba
y me producía placer al mismo tiempo. Adrenalina pura. La tela cálida
de la remera se deslizaba por mi cara como un mimo para mi frente
y mi nariz. Sabia que me había metido en algo de lo que nunca mas iba a salir.
Sabía que me había hecho de Independiente…










La fuerza del Deseo - Griselda Gambaro

Author: Grupo Nº 5 /

Cuando comenzaba la primavera, partía. Dejaba mujer e hijos y se alejaba a grandes distancias en busca de animales cuyas pieles vendería en el almacén del pueblo más cercano. Así se abastecían y lograban sobrevivir du­rante las nevadas del invierno, tan intensas que toda ac­tividad era imposible. Con los primeros fríos del otoño, emprendía el regreso.

Su mujer, que rengueaba de una pierna, lo veía partir con alivio. Era un hombre de carácter taciturno, vio­lento, de lengua fácil para la injuria y mano no menos dispuesta para el golpe. En su ausencia, ella volvía a sen­tirse joven y los niños perdían el aire tímido y asustadi­zo, se movían con libertad, hablando a borbotones de tan ansiosos luego de la prolongada quietud impuesta por el padre. Ella hasta caminaba más erguida, atempe­rado el dolor de su cadera. Seis días después de casados, la primera vez que, desprevenida, había contestado a una injuria, un empellón la había hecho caer con tan mala suerte sobre la piedra del hogar que le fracturó el hueso. Sin una palabra o gesto de disculpa, él la había llevado al pueblo para que la atendieran, pero cuando regresó sus piernas ya no eran iguales, una quedó más corta y con un torcimiento acentuado que al caminar le desnivelaba los hombros.

En ese amanecer, lo despidieron como correspon­día en la puerta de la cabaña. Él no la abrazó ni abrazó a los niños. Mientras montaba, ella se atrevió a acari­ciar la cabeza del mayor de sus hijos, cuidando de no rozar la mejilla tumefacta —la noche anterior él le había plantado los cinco dedos brutalmente ante una orden no obedecida con presteza— y se dijo que ya no podía aguantar más, que los niños le reclamaban amparo. Los días del invierno, con ese hombre ocioso en la ca­baña, eran días de penuria y castigo. Temían sus reac­ciones de las que no había modo de librarse. Si los ni­ños, dos varones y una niña, estaban inmóviles, él los castigaba por estarlo; si se movían, sin diferencia acae­cía lo mismo. Con ella sobraban pretextos porque eje­cutaba necesariamente acciones concretas, la comida, el pan mal horneado, el fuego demasiado ardiente o demasiado débil.

Ella, mientras acariciaba la cabeza de su hijo, ateso­ el deseo de que él no volviera. Y no sintió culpa aun­que ese hombre pasaría en soledad largos meses y traba­jaría duramente. No la sintió porque ese hombre los quería invisibles, y aun invisibles, los golpearía.

Deseó que la injusticia de su alma lo condujera a una locura sembrada de enemigos, o que no soportara la intemperie, temiera el cielo, se alucinara con todo lo que le era odioso: visiones de sus hijos a los que ya no intimidaba, conversaciones amables, risas, felicidades que ya no podría prohibir.

Deseó que un animal lo despedazara en el monte o trepando la montaña un deslizamiento de piedras pro­vocara su fin en el fondo de un barranco.

Deseó que su irascibilidad lo perdiera y se trabara en lucha con un desconocido que sabría defenderse con un tajo irremediable.

Deseó, aun con mayor intensidad, que él, tocándose como acostumbraba la ancha cicatriz que le cruzaba el rostro, terminado el verano en el monte, decidiera par­tir con el acopio de pieles hacia una ciudad distante pródiga en seducciones, pródiga en mujeres que le tras­tornaran el camino del regreso.

Y si alguna vez quisiera volver, no habría huellas, memoria, emprendería indefectiblemente la ruta equi­vocada que lo llevaría a otras ciudades, a otras regiones, lejos, siempre más lejos.

Ella, al principio, en vano esperaría su retorno, cada día con menor temor y mayor esperanza, hasta que fi­nalmente alguien le traería noticias, muerte o extravío, y ella comenzaría a vivir. Se marcharía al pueblo donde la gente se le antojaba hospitalaria. Podría reír junto a los niños, salvados de vejaciones y de golpes. Y lo deseaba tanto que el corazón se le rompía. Pero sabía que era inútil desear, salvo que el deseo convocara fuerzas que no estaban a su alcance.



Él partió al amanecer montado en su caballo, sostenien­do las riendas de su recua de mulas con los bagajes y los víveres. Cruzó una extensión desértica y al quinto día pudo internarse en el monte atravesado de cuestas que ascendían hacia las montañas. Desmontó al anochecer, en un claro, preparó su campamento, comió y se acostó junto al fuego que siempre encendía bien apartado de los árboles. Durmió rendido. Cuando la luz lo despertó, había huellas en la maleza aplastada y un hoyo más pro­fundo marcaba el peso de un cuerpo que se hubiera asentado allí durante la noche. Se extrañó porque si por azar encontraba a otro cazador solitario, compartían fuego y comida, conversaban lacónica pero prolongada­mente, para compensar las largas horas de soledad que los esperaban, y luego, al amanecer, partían cada uno hacia rumbos distintos. Él, que era de carácter tan hura­ño, accedía a estos encuentros e incluso los disfrutaba porque el contacto circunstancial se producía, de cierta manera, entre iguales.

Inclinado sobre los rastros, los siguió reparando que una huella se hundía con más fuerza que la otra, como si provinieran de un andar desparejo, se hacían confusas en un tramo, visibles en otro; desaparecieron brusca­mente. Insistió un trecho más y abandonó en el punto donde el monte terminaba en declive. Abajo corría un río cargado y tumultuoso en un cauce muy estrecho, desbordado por las nieves que la primavera derretía. Le pareció entrever, en el aire quieto de la orilla opuesta, un movimiento acompañado de un silbido. Pero el sil­bido podía ser el de un pájaro. Se encogió de hombros y regresó al campamento. Durante todo el día tuvo la sen­sación de unos ojos extraños que lo observaban y de que el menor gesto suyo sufría un escrutinio constante. Sin embargo, bastaba que se detuviera, irguiéndose con los ojos clavados en la espesura, para dudar, como si pade­ciera una ilusión.

Las noches eran frías y se durmió junto al fuego que poco a poco se fue transformando en un rescoldo de brasas. Soñó que había llegado el otoño y que regresaba a su hogar, provisto de un botín espléndido que provo­caba el alborozo de su mujer y sus hijos. Lo abrazaban en un clima de fiesta. Con asombro se veía reír en su sueño. Sabía —también en su sueño— que jamás le había alzado la mano a su mujer ni a sus hijos. Sabía que no le temían. Una voz amorosa lo llamaba. Pero él no deseaba ese soñar ni ser el hombre que en el sueño aparecía.

Se despertó en medio de la noche porque el calor abrasaba, el viento había propagado el fuego hacia los árboles. Intentó apartar su caballo y las mulas que tiro­neaban enloquecidas de sus cabestros, pero las llamas lo cercaban. Providencialmente comenzó a llover muy fuerte y se apagó el fuego. Sólo quedaron pequeñas hu­maredas que despedían un olor acre. Levantó el campa­mento, arrojando una manta ya inservible, sacudió una cazuela calcinada. Amanecía y cuando cesó la lluvia apa­rejó los animales. Su caballo seguía asustado y lo golpeó con el puño para que se tranquilizara, y bajo los golpes el animal se encabritó, mirándolo del ojo izquierdo con una mirada vidriosa, pero se cansó antes que él, que cuando golpeaba era infatigable.

Montó, masticando una galleta dura, y reempren­dió su camino. Se detuvo en medio de una cuesta por­que sus oídos le habían traído sonidos de cascos, de maleza aplastada. Permaneció inmóvil, con el torso vuelto hacia atrás. Alguien lo seguía, y esta vez no du­. Sin embargo, no descubrió a nadie, y azuzó su ca­ballo y las mulas sintiendo una furia creciente ante ese sonido de maleza aplastada, el ruido más seco de cascos en las zonas rocosas.

Cazó una liebre y la asó al atardecer, aprovechando los últimos restos de luz. Cuando buscó su pequeña bol­sa de sal no la encontró. Y pensó cómo podía haberse caído desde el fondo de su alforja. Pero después lo adju­dicó a una negligencia de su mujer y se prometió hacér­sela pagar a su regreso.

Comió y reservó una parte para el día siguiente, que amaneció frío y soleado. Descubrió huellas de zorro y marchó en dirección opuesta al viento, sosteniendo su fusil preparado para disparar. Prefería las trampas que no lastimaban la piel, pero una impaciencia nerviosa lo dominaba. De un solo tiro, cobró una pieza de hermoso pelaje gris, y esto, a pesar de que no estaba intacta, le ali­geró el ánimo por primera vez en varios días. Despellejó el animal y del lado interno puso la piel a secar sobre es­tacas. Cuando concluyó, creyó oír unas risas, unos plá­cemes un poco burlones de voces ligeras, como de niñas o mujeres. Apuntó hacia el monte y disparó. En el es­truendo, voces y risas cesaron, y aunque sabía que lo ha­bía imaginado, se alegró de matar tan fácilmente aque­llo que imaginaba.

Subió al monte hacia la tarde, cuando ya había dis­puesto sus trampas, y desde la cima descubrió, visible en la distancia, a un cazador solitario que contorneaba la cuesta llevando a sus dos mulas del cabestro. Era un hombre viejo, de talla corta y robusta, que aún no lo ha­bía visto, caminaba con la cabeza baja atento a las difi­cultades del camino.

Él hizo bocina con las manos y gritó mientras des­cendía rápidamente la cuesta, sin explicarse su propia ansiedad de compañía. El viejo agitó el brazo y varió li­geramente el rumbo hacia su encuentro. Cuando estuvo cerca, se quitó el sombrero en un saludo y desnudó la frente blanca no tocada por el sol. Tenía el rostro arru­gado, la barba gris, las manos muy curtidas y todavía poderosas. Él encendió el fuego y lo invitó a compartir su comida. El viejo se sentó con las piernas cruzadas, co­mió agradecidamente y se quejó de que los animales se replegaran cada vez más en la espesura. Después rió. —Me parece que estoy viejo —dijo. Se escarbó los dientes con la uña y habló de su hijo que lo esperaba más al norte donde cazarían juntos. Y al mencionar a su hijo, sus ojos brillaron, vivaces. Se encontraban siempre, cada año, tanto para cazar como para disfrutar de la mutua compañía. En esta ocasión se había retrasado dos días porque una de sus mulas rengueaba y él no tenía ánimos para privarla del descanso. —Soy un hombre pacífico —dijo, y contó que una vez, en una riña en la que se ha­bía visto involucrado por azar, cuatro leñadores se ensañaron con él, y como prueba mostró la costura de una oreja arrancada. —Cuatro contra un viejo —comentó sin aparente acritud. Sonrió guiñando los ojos, su hijo nun­ca olvidaba un ultraje. Con el tiempo, sin que él lo re­clamara, había buscado a los leñadores, uno por uno, y les había hecho pagar caro el atropello. —La oreja —rió. Su hijo podía ser vengativo, duramente vengativo, su­brayó el viejo recordando con orgulloso placer.

Él bebió un sorbo de su café que, de pronto, le supo desagradable, arrojó el resto a la tierra y se incorporó de su posición en cuclillas. Mientras limpiaba los jarros y los platos de la comida, pensó que esos dos, tan unidos, podrían tramar una mala jugada en su contra, robarle las mulas o más tarde las pieles. Miró al viejo con des­confianza, tenía una expresión inocente pero él no creía en las inocencias. El viejo se durmió en medio de una frase, sentado, y dormido se deslizó sobre el flanco, el sombrero cubriéndole los ojos. A tientas, tendió la ma­no y se abrigó con su manta. Él echó otros leños a la hoguera y se acostó también; el fusil al alcance de la mano. A pesar de sus recelos se alegró oscuramente de la respiración ronca y regular que lo acompañaba. En su sueño liviano, escuchó que alguien lo llamaba, repe­tidas voces de mujeres y niños, que vivían una felicidad que él sintió claramente maligna. Se despertó y atendió los ruidos familiares de los animales nocturnos en el monte. Le pareció que el fuego se había desplazado de lugar. Percibió el crujido de ramas secas quebradas ba­jo unos pasos. El viejo dormía y se inclinó sobre él. —¿Oye? —preguntó. El viejo tardó en despertarse; se apo­ en un codo, se sentó bostezando. Lo miró sin interés, echándose el sombrero hacia atrás, y escupió después un fuerte salivazo sobre el fuego. —Buena puntería —confir­. Él repitió su pregunta, escrutándole el rostro para desentrañar una intención aviesa. El viejo dijo animosa­mente: —Hay caza —y estiró su manta gris sobre el cuer­po. Se durmió en seguida. Él permaneció recostado en un árbol, el fusil entre los brazos. Bastaba que cerrara los ojos un segundo para oír de nuevo las voces, el crujido de la maleza aplastada. Revisó los matorrales, cercanos, controló su caballo atado con una larga soga a un tocón en el suelo, rozó el pelaje hirsuto de las mulas que des­cansaban tranquilamente. Pensó en su mujer durmien­do en paz en su cabaña y le hubiera gustado tenerla a mano para descargar su impotencia. Con rencor, se dijo que ella no lo amaba.

El viejo no se explicó su rostro hosco al amanecer, sus pocas frases cortantes. Rehusó el ofrecimiento mal­humorado de desayuno, tan malhumorado que resulta­ba ofensivo, y se despidió guiando a las mulas de las riendas. Él armó y colocó algunas trampas en el monte.

Cuando regresó, observó que sus provisiones habían disminuido. Su bolsa de galletas, desgarrada y vacía, col­gaba de un arbusto. La piel de zorro estaqueada a la sombra ya no estaba. Se llenó de furia y tomó su fusil. Alcanzó al viejo que caminaba muy lentamente. El vie­jo alzó los ojos con una mirada interrogativa y no tuvo tiempo de asustarse. Un tiro certero se le incrustó entre las cejas. Cayó hacia atrás y las mulas emprendieron un trote rápido, sobresaltadas por la detonación, y se detu­vieron más lejos, buscando pastos. Él corrió hacia ellas, febrilmente las despojó de sus aperos, arrojándolos a tie­rra, abrió un carcomido cuero de oveja y encontró sólo algunas ropas, unas mínimas provisiones. Sin darse cuenta de lo que hacía, volcó el agua de la cantimplora, mirando fijamente cómo la tierra la absorbía.

Regresó al campamento y se dejó caer sobre una pie­dra, apoyando el rostro en las rodillas. No supo cuánto tiempo estuvo así, inerte. Cuando se incorporó, marca­das en las cenizas del fuego apagado, había huellas de al­guien que rengueaba visiblemente, una huella profunda y otra casi imperceptible. Durante el resto del día se mantuvo alerta, limpió y aceitó su fusil. No volvió a oír el crujido de ramas quebradas y a la noche, vencido por el cansancio, se durmió apenas apoyó la cabeza sobre la manta. Hacia el amanecer, cuando ya su sueño era lige­ro, una risa lo despertó de golpe, el murmullo de una voz. Y lo que le resultaba insoportable no era tanto el sonido de la risa o la voz sino la maliciosa felicidad que trasuntaban.

Con manos temblorosas se tocó la barba crecida, salvo en la marca de la cicatriz que le atravesaba el rostro en diagonal.

Ese día descendió la cuesta hacia el río. Era un buen nadador y no temía los saltos entre las rocas. Pensó que el agua lo despejaría. Se zambulló con un estremeci­miento ante el primer contacto con el agua helada y na­ hasta perder el aliento. Flotó luego sosteniéndose con una mano del tronco de un árbol seco que emergía entre las rocas para que no lo arrastrara la corriente. Oyó el rebuzno asustado de una de sus mulas. Con fuertes brazadas, nadó hacia la orilla. Salió del río y co­rrió desnudo, lastimándose los pies en las rocas y espi­nos de los matorrales. La mula se alejaba cuesta arriba, a buen paso como si alguien la aguijoneara o bien la obli­gara a avanzar tironeando del cabestro. La llamó inútil­mente, la mula volteó apenas la cabeza y aceleró el trote. Él recurrió a su caballo, montó en pelo y cuando ya es­taba cerca, un recodo la ocultó y no pudo encontrarla. Ni su vista le delató huellas ni su olfato le trajo el olor, como si la tierra se hubiera abierto y cerrado sobre ella. Había un extraño silencio, donde no oía los silbidos y cantos de los pájaros, ni tampoco el murmullo de las hojas agitadas por el viento ni el de la vida en el monte. A orillas del río desmontó y recogió sus ropas. Se vistió con movimientos fatigados y regresó al campamento. Sintió frío a pesar del sol.

Transcurrieron dos días sin otras novedades que la persistente sensación de que alguien lo acechaba. Al tercer día entrevió hacia el sur un jinete asomado en lo alto de una cuesta. Permanecía inmóvil, montado en un caballo, que como el suyo parecía ser de gran alzada y de pelaje ocre. Luego volvió grupas descendiendo por la ladera opuesta y desapareció de su vista. La distancia era excesiva para perseguirlo y por otra parte no estaba seguro de que fuera ese jinete quien lo acechara. Si hu­biera estado a tiro de fusil, no habría considerado sus propias dudas, pero no lo atraía emprender una perse­cución incierta. Se sentía desganado e inquieto, morti­ficado por una furia impotente. En el itinerario de las trampas no cobró piezas, aunque su instinto de cazador y su experiencia de otros años le decían que era una re­gión donde los animales abundaban. Sin embargo, al terminar el recorrido, estimó que la última de las tram­pas lo resarcía, y sonrió rencoroso acariciándose la cica­triz que le cruzaba el rostro en diagonal. Un perro sal­vaje gemía en ella, aprisionado de una pata. Al intentar liberarse se había ocasionado un corte profundo. Advir­tió su presencia y agitándose con desesperación, el pe­rro desgarró más su herida y sangró profusamente. No lo soltó ni tampoco quiso rematarlo. Lo dejó en la trampa, para que muriera de su herida o de hambre y sed. En algún momento, cuando regresara por el mis­mo camino, recogería la trampa que sólo guardaría un mínimo despojo.

Aparejó las mulas, cabalgó un trecho a través del monte, subió y bajó una cuesta y preparó el campamen­to en otro sitio. Colocó nuevas trampas. Amenazaba llu­via y armó su tienda, que raramente usaba. Cuando ter­minó de clavar las últimas estacas y cavó los canales por donde debía fluir el agua, se desencadenó la tormenta. Llovió un día entero y, obligado a permanecer en el espa­cio reducido de su tienda, oyó conversaciones en las que se mezclaban voces infantiles que ninguna orden hacía callar, y supo que esas conversaciones se desarrollaban al amparo de la lluvia en un lugar que era su cabaña. Apar­tó la lona que cubría la entrada de su tienda y salió a la lluvia. De pie, imprecó amenazante a los cuatro vientos, pero las voces no callaron. Apretó los puños como si es­trangulara a alguien, y sabía que estrangulaba a su mujer, que uno de sus niños gemía en una trampa y que nadie lo desafiaba. Y esto lo serenó, porque en un largo invier­no todos querrían hacerse invisibles bajo sus golpes, y ni aun así se librarían.

Cuando al día siguiente cesó de llover, mientras iba de una trampa a otra, todas sin presa pero con el resorte saltado, tropezó con la mula que había huido días atrás. Tenía el vientre tenso e hinchado, a medias devorado por las ratas del monte y ensombrecido por nubes de moscas. Mientras la pateaba enardecido, olió el humo. Su campamento ardía. Alguien se vengaba. Corrió y perdió pie, deslizándose por las rocas. Una piedra en punta le salió al encuentro, lo golpeó en la sien. Se des­vaneció. Cuando despertó, el sol estaba en el cenit y el sudor lo inundaba. Respirando con la boca abierta, se arrastró hacia el campamento, de donde emergía una delgada columna de humo. Todo estaba consumido, la tienda, los víveres. Las mulas se habían soltado y ya no las veía, él sabía cómo caminaban las mulas, lentas, obs­tinadas. Su caballo, que pacía a unos metros, levantó la cabeza, los grandes ojos distantes. Él se arrastró y tomó las riendas que colgaban hacia el suelo, pero estaba de­masiado débil para montar. El caballo lo olió, sacudió el pescuezo y se alejó, pastando. De vez en cuando lo mi­raba con su ojo vidrioso. Se sentía sediento y cuando lle­vó la mano a la sien la retornó llena de sangre. Gimió con una extraña compasión hacia sí mismo y de pronto oyó ruido de maleza aplastada. Alzó los ojos opacos y descubrió la figura del depredador recortada de espaldas en la luz que descendía. Estaba sentado, sosteniendo un fusil, ya tan seguro que no pretendía ocultarse. Se incor­poró dificultosamente sobre sus rodillas y a medias rep­tando se acercó. Había creído oír voces y risas de muje­res y niños, pura ilusión o bien ardid del hombre que imitaba voces que sabía podían desconcertarlo y provo­car su furia. Pero ahora le concedería ayuda, como el más duro está dispuesto a hacerla cuando es evidente que sin ayuda el otro morirá. Sus fuerzas le fallaron y ca­yó de bruces.

El hombre sentado en la roca había percibido su presencia, giró el cuerpo lentamente.

Él, con un último esfuerzo, se volvió de espaldas al suelo, a la luz descendente del día. Abrió los ojos que ya se le velaban y le vio el rostro, la barba densa y descuida­da, salvo en una blanca cicatriz que le atravesaba la me­jilla en diagonal. Intentó mantener los ojos abiertos; la figura se le borroneaba en una especie de bruma. Con la mano inmóvil, creyó apartar la sangre de su sien; el do­lor y el malestar habían cesado y tenía la segura presun­ción de que regresaría a su hogar. Sus hijos y su mujer le temerían, los ojos ensombrecidos por el miedo. Ya esta­ba montado en su caballo y partía.

De pronto se encontró en el suelo. Cuando la ima­gen del hombre sosteniendo su fusil se esfumó, lleván­dose la bruma que lo rodeaba y arrebatándole incluso toda luz, sus hijos jugaban a esconderse entre los árbo­les. Ágiles y despiertos, bajo un cielo pacífico y lunar, se deslizaban en la nieve, juntaban las hojas del otoño; su mujer, muy joven, salía de la cabaña al aire del verano y caminaba sin renguera.
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Bueno, este cuento lo elegí en primer lugar porque me llamó la atención el título; narra la historia de un cazador que cuando no están en época de caza, maltrata a su mujer y a sus hijos. La mujer, cansada de esto, desea fervientemente que todo tipo de desgracias le sucedan a su esposo. A consecuencia de ese deseo tan fuerte, cuando el hombre se va de caza, le ocurren una serie de tragedias, que terminan por llevarlo a la muerte.
En el título, la escritora ya nos da una idea de en torno a que gira la historia. Esta escrito de una forma muy simple, fácil para la lectura.
Lo que si, me resulta un tanto confuso el final... ¿Quién era el hombre con el fusil? ¿El hijo del viejo? ¿Una ilusión? ¿Alguien lo perseguía en realidad? ¿O era todo producto de su imaginación?

Este cuento fue publicado en Lo mejor que se tiene, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 1998.

Mikaela Angelozzi

El Romance Rural

Author: Grupo Nº 5 /

Chiquilla de ojos pardos y de dulce mirada
porque no lo quisiste no tuviste mi amor,
aquí entre estos burgueses de aldea descansada
donde un poeta es casi lo mismo que un ladrón.

Yo que llevé mis versos como un dolor de muelas
que todas estas gentes trataban de curar
miré tus ojos dulces y tu carita buena,
tuve el presentimiento de lo que va a llegar.

Y luego en una tarde, mientras un tren piteaba
(yo creo que pitea y que no pita un tren)
haberte dicho algunas candorosas palabras
con un poco de ensueño y otro poco de miel.

Y después un idilio que soñaba. Tres besos,
para tu boca, para tu voz, para tu ser,
un idilio de pueblo fragancioso y sereno
(Olvidar desde luego a Trigo y Lorrain).

Pero la vida quiso chiquilla que esa tarde
cayeran mis palabras como pueden caer
las piedras dolorosas en el cercado suave...
¡Y mis palabras eran luces de amanecer!

Chiquilla (yo me acuerdo que usabas taco bajo)
eras sencilla y buena como la Sencillez!
Y sin embargo nunca te pude abrir mis brazos
mostrarte mis panales y entregarte la miel...

Graciela te llamabas, Graciela de ojos dulces
ahora que he sufrido te doy las gracias.
Yo al que me da emociones como se dan perfumes
le dejo en mis recuerdos algo de corazón...

Pablo Neruda


Bueno, este poema lo elijo por que el titulo da a entender una cosa en la que el poema casi no menciona. Habla sobre una ex novia del autor Pablo Neruda, en donde el va describiendo poco a poco a Graciela, esta chica de la cual habla y de una relación que no puedieron tener describiendola desde el principio hasta su fin, en el cual termina solo recordandolo.
El poema me gusto mucho de la manera en que describe esa relación.

Usa palabras sabias que dan a gustar a la lectura , y en el cual no cuesta imaginar del modo que quiere hablar al dar toda esta descripción y como llevo su relación.


Diego Rois